Siempre se puede hablar con alguien. Quizás por eso el mundo es un lugar tan maravilloso: millones de opiniones podemos apilar durante toda nuestra vida. Miles de comentarios, conversaciones y silencios hacen bastante ameno pasar por acá. No creo que en la soledad se pueda alimentar mucho, por más amplia y compleja sea nuestra bibliografía, siempre es necesaria la practica, el llevar a cabo cada una de las explicaciones. Es difícil, reconozco, poder asumir que alguien ha escrito algo, aceptar ese algo solo porque alguien lo dice. Pero si, los libros tienen autores y esos autores existieron y tuvieron a sus esposas acostadas a su lado a la mañana, dejaron olvidados sus relojes en el armario o caminaron con un amigo a la casa de. En conclusión: Si hay autor, no existe soledad y sin soledad el mundo es maravilloso. Sinceramente no se puede tener algo mejor, el conocimiento es hermoso.
Jueves, quizás viernes. Mañana casi tarde, el sol pica dentro de la remera y en la cara, un paso rítmico y oligofrénico, gestos y miradas de desprecio.
Suelen ser así los días, no me puedo quejar, ni llenarme la boca despreciando la rutina, no existe una sensación especial con eso. Ese pequeño lapso yermo de compañía tiende a ser necesario, siempre es mejor una reflexión o un plan en estos momentos, por más de que sean solo cuarenta minutos al día, todo parece franco y completo cuando se piensa.
El ómnibus que corresponde unos instantes tarde, el brazo extendido, tarjeta magnética, “Villanueva”, “Vamos”.
En esos momentos el silencio obligado, ya no podemos hablar con nadie (o con alguien) por más que quisiéramos. Los pensamientos se escapan por un hilo errático y absurdo hacia otros pensamientos que se pierden rápido en alguna conclusión prematura y poco concreta. Aparecen poemas cortos en nuestra mente (y me sentiría un poco vago sabiendo que solo me sucede a mí, sabiendo que ya nadie los puede oír), no lo vamos a escribir ni interpretar. Solo unas cuantas palabras estéticamente acomodadas, versos cortos y sin musicalidad. Nunca son geniales, y los que logran este adjetivo seguramente fueron olvidados y borrados para siempre.
Guardar la tarjeta en el plástico rojo con una sola mano, caños amarillos esquivando los botones, el sonido del viento silbando en las ranuras de las ventanas casi cerradas, “Permiso”, encontrar la posición correcta acomodando la cabeza en los brazos, “Una pasito para atrás”, la parada donde suben todos, “Permiso”, roce constante, avanzar, retroceder.
Terrible es la imagen que surge: Todos los poemas imaginados, en cualquier lugar, a cualquier hora son enviados desde nuestras mentes a una maquina de escribir automática. La maquina recibe la señal del poeta espontáneo e imprime sin cesar uno y otro, todo el tiempo (encantador puede ser el sonido de los sellos golpeando con esa furia personal el papel y el fin del verso con el rumor luminoso de un nuevo párrafo). Cuando el aparato procesa por completo el texto, corta la hoja que cae directamente en el buzón de uno de nuestros amigos o en la puerta de la casa de los abuelos – El Tío Alberto rezongando a cada segundo por el papelerío acumulado en el zaguán es una escena bastante humorística, si se toma para bien - Así, al cabo de unas semanas, la ciudad se ofrecería empapelada de pequeños poemas de amor: “Si pudiera explicarlo hoy//Jamás es tan claro//Ya no lo voy a soportar”.
El sonido aterrador del fin del recorrido (es doloroso pensar que para cada uno ese fin es distinto; para unos más lejos, para otros más cerca), curva, aferrarse seguro en el respaldo de un asiento, los negocios fluyen por las ventanas.
“Chau amiga. El mundo está enfermo; pero podés usar el amor si querés”
(nota del traductor: Directo al infierno,
demasiado limpio para ser punk)
demasiado limpio para ser punk)
2 comentarios:
Con todos esos relatos, poemas, pensamientos, historias cortas (y otras no tanto) que surgen en la mente de (esperemos) casi todos los que circulan en algún tipo de transporte público. Palabras, letras desordenadas entre un menjunge de pensamientos que arañan la faringe desde adentro para salir, para ser gritados y contados al pasajero que se está quedando dormido en el asiento de al lado. Pero, otra vez, esas miles de historias y posibles comentarios ahogados, tragados hasta el esófago y retenidos en el cuerpo, con un leve desperdicio de inspiración y el gusto amargo de lo que, finalmente, queda atrapado adentro.
Me pondría lírica y enroscada como Tomás, la bola amarilla asexuada, pero no em interesa.
Yo no te leo, me acuesto con vos, soy groupie.
Además ya lo leí antes y te dije que me encantó, así que.
Te amo.
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