Leer mientras se escucha:
Y cuando estamos a punto de apretar nuevamente el botón rojo, ahí está la luz encendida, y la chica nos está mirando. No solo espera como nosotros, sino que tiene la misma inquietud. Nuestra ropa es linda y las zapatillas también, el flequillo negro hasta los ojos. La miramos los cinco segundos correspondientes. Se vuelve a prender la luz y nosotros enroscados en el suelo regado de latas de cerveza, mientras un picaporte gira afligido.
“Muge plantado en actitud bravía,” Hay un lugar donde me gusta estar, y esos poemas encantados de recibirme.
Está fuera de nuestro alcance, lo sabemos. Es terrible, terrible, terrible, terrible, terrible. Ya nos dimos cuenta, y nos invade un ataque violento de desesperación. Queremos tirarnos al suelo, y dando grandes sollozos, escupirlo. Gritar, pararnos y correr en cualquier dirección. Por suerte hay departamento para eso, hay un lugar donde escapar. Si, ella debe haber notado que prendimos la luz y que seguimos ahí. Ahora no cabe duda de que somos unos completos enfermos. Igual nos quedamos. Quizás lo fugaz del lapso de luz fomentó la imaginación y el asombro; Pero ¡Pelo Naranja y ropa linda! No podemos con todo eso. Y todo eso es mucho. Segunda oportunidad.
Ahora estiro la mano y me toco con sutileza el pene. Lo acaricio, lo agrado, tiro un pelo violentamente. No puedo excitarme desde hace mucho tiempo, a pesar de masturbarme a diario. Me gusta hacerlo más allá de eso, es un lindo pasatiempo. Media hora entre idas y vueltas. Lo disfruto. Puedo recurrir a eso para llenarme, para sentirme completo. Y la sensación de vacío de la que hablaba, desaparece. Toda entera. Igual que mi producto en el inodoro. La cadena y un sonido infernal.
Otra vez la cama, otra vez el silencio. Aunque mi esperma se va por las cañerías y por las paredes, lo puedo escuchar recorriendo toda la casa. Es realmente repugnante imaginarlo. Se que todo se va por el desagüe; pero no puedo evitar esas historias retorcidas.
Agarro el librito forrado en diario que descansa en la mesa de luz; velador y la luz amarilla atravesando toda la habitación. Choca contra la pared, contra el libro y los ojos.
Imaginemos, entonces, el pasillo de cualquier edificio. Todos los edificios son iguales, no hace falta que describa uno. No.
Ahí, en el extremo más lejano de cuarto amorfo-alargado-blanco-inútil, una señorita de pelo naranja. En realidad todo es un poco oscuro y no podemos diferenciar su ropa. Un Jean quizás. Nosotros, parados en la puerta de un departamento, miramos atentamente, intentando descubrir el detalle de su rostro. Bien, se que no logramos resultados. Podemos apretar el botón rojo y gozar de cinco segundos de luz ¿Pero con que justificativo? Está bien, supongamos que ella no ha notado nuestra presencia y aún no duda de que alguien esté mirándola desde el final del pasillo. Hay más oportunidades de hablarle o de prender la luz. O entrar a ese departamento regado de telarañas, latas de cerveza vacías, la alfombra repleta de migas viejas, hormigas y el poco anhelo de belleza que queda en alguno de nosotros (espero que alguno de ustedes aún lo tenga, sino me preocuparía mucho).
Prendemos la luz, no podemos con nuestro genio.
Entonces si estoy solo, estoy muerto. Tranquilo pienso en una despedida. Empiezo a extrañar, me contradigo. Vuelvo a la cama, me hundo destartalado en el colchón. Subo la mirada y la estaciono en el techo ¿Cómo explicar ahora un lapso de silencio, de completo silencio? Ahora no puedo extrañar, no puedo temer, ni soñar, añorar, desear. Estoy desnudo sobre la cama, la mirada apagada al techo y la sensación de que una bailarina renga me pela el riñón como una mandarina. Y después se lo come. Todo eso en el vacío. Lamento ser redundante; pero es difícil expresarlo sin volver una y otra vez a ese tipo de adjetivos.
Termina la sesión de silencio físico. Un zumbido atroz invade mis oídos. Crece, se acerca y se vuelve a ir. Me concentro en eso, es la última escapatoria al hastió del nada. Ahora puedo pensar en ese ruido y volver a intentar una explicación, una relativamente coherente. Pero de pronto, de nuevo, la mancha de humedad en el techo y mi principio de ceguera que nunca lo es.
3 comentarios:
Amor, la viejita simpática tiene tus cuentos.
Le querés dar?.
Mhh, no me molestaría, es del jurado, que sé yo.
Lindo, Alfonsina, bastante lindo. Tengo que confesar que lo tuve que leer dos veces para (creo que lo hice) entenderlo. Ahora cada vez que camine por el pasillo de mi edificio voy a pensar en lo que están pensando mis vecinos. Te odio por eso, forro.
Te dire ,
le falto la dedicatoria,
evidentemente el libro no podia ser otro que ese hermoso bukowsky de atahualpa yupanqui o cualquiera de la fany.
O=tra cosa , mi cegera incompleta.
Ahora que estoy tranquilo en mi casa con mi internet personal , puedo leerte sin contar las monedas y escuchando radiohead.
nunca me simpatizaron las bailarinas
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