Leer mientras se escucha:
Visitamos todos los tugurios correspondientes. Todo parecía muerto, olvidado. Hay un pueblo fantasma de noche. Pero uno se acostumbra. Los inviernos a orillas del mar pueden ser desoladores. Tenemos expectativas, igualmente, en este mundo. Y esperamos que se puedan cumplir. Esa noche especialmente: mucho abrigo para contrarrestar el frío insoportable, y la inexorable convicción de encontrar el reducto ese, el que pudiera saciar nuestro profundo hambre de desasosiego. No creo que haga falta aclarar que se cruzan muchas cuadras de por medio, y muchas veces los destinos están marcados. Barcito abarrotado de mesas vacías, y un penetrante olor a descomposición. Pero los viernes es el éxodo.
Vos crees mucho en esas notas, y las amás. Si bemol. Y yo casi estoy harto de tu falta de dignidad, la vas regalando por todos las escenarios del planeta. Pero claro, tenés tanta actitud, todas las luces apuntan a un solo irresponsable. Pero no puedo quejarme mucho, vos llamás a todo rockanroll, y yo odio esa palabra. Desde ahí empieza la contradicción. Me siento superior. Mucho. Y también hay soberbia en eso.
La brisa fría empujada por las olas (creo que podría cortar lo más profundo) nos ataca. Por eso mismo no hay que bajar mucho. Todo está más muerto abajo, además. Parece que las pisadas del verano se borraran. Nosotros también desaparecemos. Mantenemos un pequeño corazón de casino latiendo. Pero somos temporada baja, el arroz previo a la crema chantilly. Se nota, un poco en nuestra expresión, en nuestro profundo sentimiento de odio al verano, a los invasores de departamentos, los porta-sombrilla.
Un trago más, puede ser el último; pero no. Las señoritas te van a mirar con atención, como queriendo engullir de un bocado toda tu virilidad. Claro, vos estás pensado en sus grandes escotes, en morder sus pezones con una fuerza animal y penetrar de a poco sus cavidades. Para vos solo hay agujeros, un himen indestructible. No hay ningún problema, sos tan varón que no podés usar la palabra amor.
Si nadie discute, otra vez a las mesas pegajosas, otra vez Fernet con Coca, algunas pitadas antes de entrar. Quizás un guitarrista se ocupe del escenario, y escupa alguna canción gris, de Marplatense, un tsunami de amargura. Si tenemos suerte lo va a acompañar un baterista, un aire BeBop, y la desgarradora melodía de tarde de nubes, de silencio acogedor, de tristeza incalculable.
Yo por suerte tengo con quien dormir, tengo una estrofa siempre rondando en la cabeza. Hoy se la quiero dedicar a mi mujer, que está mirando el atardecer de Malibú, desdé acá, por la ventana que da al patio de atrás. Fitzgerald la invitá ahí, y juntas se echan a volar por California.
3 comentarios:
Creo que es uno de los mejores.
Y en esta opinión no hay subjetividades amorosas, ni mucho menos musicales (aunque el toque Ella fue genial)
Gordé.
La clavee stá en la publicidad mio amore.
Desde Andy Warhol hasta nuestros días las cosas se manejan así: va más allá del talento; el mercado es más grande que el arte.
me gusta tu onda para escribir loco
tu estilo es atemporal y sin lugar. funciona en cualquier marco espacio-temporal. no sé si eso es bueno o malo, pero marca un estilo, un cariz personal
salú
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